Quema de libros en un baldío de Sarandí
Por Sonia Catela *
Con fecha, número y firma de autoridades, decretos oficiales mandaron a la quemazón una serie de obras de escritoras argentinas.
Las públicamente proscriptas, aquéllas mujeres escritoras malditas cuyas obras secuestraba la policía federal de librerías, editoriales y bibliotecas, atravesaron un infierno propio. Echémoles una mirada a tales mujeres, en su cuerpo vivo, textual y corporal.
El decreto Nº 1101, del 26 de abril de 1977 del PE, vetó GANARSE LA MUERTE de Griselda Gambaro. En el libro el gobierno halló una "posición nihilista frente a la familia, la moral, el ser humano y la sociedad".
Para la censura, persecución, secuestro y quema, esas actitudes constituían una agresión directa a la comunidad y corroboraban la existencia de formas cooperantes de disgregación social, tanto o más disolventes que las violentas.
El decreto gubernamental también proclamó: "la necesidad de garantizar a la familia argentina su derecho natural y sagrado a vivir de acuerdo con nuestras tradiciones y arraigadas costumbres". Afirmación que se ensambla con la aspiración de cristalizar las formas sociales poniéndolas fuera de cualquier transformación cultural. El derecho natural al que se alude es "superior a toda ley escrita", algo que ha de regir "sin consideración a época o país, prescindiendo de determinaciones temporables y espaciales". Eterno, inmutable, uniforme, el derecho natural queda "libre de toda variación que puedan provocar los hombres".
Pero más; los militares le confieren a ese atributo de la familia un carácter sagrado, con lo cual se lo remite al "Derecho considerado mandato divino, del que surge la figura de Dios legislador quien gobierna el mundo e inspira las normas humanas, ya que en él residen las leyes eternas".
Se elaboró así el eje Gambaro/afrenta a la moral y la familia/ apóstata/ paria social, legitimado por el gobierno, la escuela y una parte entusiasta de la sociedad.
Captar párvulos para la guerrilla
UN ELEFANTE OCUPA MUCHO ESPACIO de Elsa Borneman, recibió su anatema el 13 de octubre de 1977, por decreto 3155. Fue acusada de: "posición que agravia la moral y la familia", valores alrededor de los cuales gira la esencia de una mujer según esta filosofía, y contra los cuales atentaban estas escritoras; pero más: respecto de "Un elefante..." se resaltó que se trataba "de cuentos destinados al público infantil con una finalidad de adoctrinamiento preparatoria para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo".
Metamorfoseada en una suerte de "desviada", de mujer que busca corromper a los niños con su obra, Elsa Bornemann se vio radiada a la periferia de aquella Argentina que en 1982 se proclamaría "reserva cultural y moral de Occidente" y que exigía a la familia como un dogma: "núcleo natural generador de vida, de carácter indisoluble, dada la decisión de constituirla asumida por los cónyuges ante Dios y la sociedad".
El 30 de agosto de 1980 se quemaron, en un solo día, un millón y medio de libros. Los había publicado el Centro Editor de América Latina, y se los secuestró de sus depósitos por "subversivos".
Héctor Gustavo de la Serna, juez federal de La Plata, ordenó a la policía provincial que les prendieran fuego en un baldío de Sarandí.
El juez Gustavo de la Serna, exigió que hubiera testigos de la editora, y, fueron llevados por la fuerza dos empleados, Ricardo Figueiras y Amanda Toubes.
El juez Héctor Gustavo de la Serna, dispuso también que se tomaran fotos de la destrucción de ese millón y medio de libros, las que fueron difundidas por el periódico Clarín en su edición del domingo 27 de agosto del 2000, veinte años después; veinte años es mucho tiempo. Se ve un camión volcador descargando montañas y montañas de libros, y, en otra toma, éstos ya son restos humeantes, carbonizados.
Al Centro Editor de América Latina, que había logrado lectores argentinos para escritores argentinos, con una circulación de cien mil ejemplares para algunas de sus colecciones periódicas, como "Capítulo", y "Los hombres de la historia", el mismo representante de la dictadura lo castigó clausurando en sus sótanos otro millón de ejemplares. La Editorial quebró.
Pero ¿cuántos libros se incineraron en el país? Nadie hizo el cálculo. Griselda Gambaro, Elsa Bornemann, Iverna Codina, Laura Devetach, Roma Mahieu marcharon a piras donde se incendió la sangre viva de su palabra. Algunos de los libros prohibidos sobrevivieron; reeditados después, están. Otros, inhallables, de contenido inconjeturable, asumen la categoría de verdaderos desaparecidos.
La pereGilada progenocida, que todo lo justifica, si no lo justifica lo niega y si no lo niega lo reivindica, seguramente tendrá algo que decir de esta noble labor llevada adelante por quienes se sentían con la obligación de salvaguardar la moral y las costumbres de las familias argentinas mientras en mazmorras mugrientas torturaban, violaban y asesinaban a sus propios compatriotas. Esta es otra muestra del doble standard moral del que hacen gala los herederos de los horribles. ¿Cómo era?...mmm...ah, sí! : "Las ideas no se matan, bárbaros!!!"
2 comentarios:
Manuel, te copio un comentario que hace un tiempo encontré en un informe sobre el escrache al genocida raúl Eduardo Fierro en el sitio de Las Mesas de Trabajo por los Derechos humanos de Córdoba en diciembre de 2006, porque viene muy al caso de tu post:
"Hace unos 10 años tuve la espantosa oportunidad de compartir un viaje con Raúl Fierro.
En la parte trasera del auto yo leía El Quijote y él un libro sobre Menem. Yo no sabía quién era, pero el acecho era un indicio: En mi lectura y relectura de las frases me calló diciendo que debía tener cuidado con lo que leía. Mi madre, quien manejaba el auto, le contestó que en mis 15 años yo había leido todo lo que me llegaba a las manos y que continuaría así mientras quisiera. Él respondió que hacía tiempo había comenzado una guerra y había que preparar a las nuevas generaciones para saber cómo seguirla, porque sus nietos lucharían con mis hijos. Así entendí quién había sido, y peor aún, quién seguía siendo. Saludos, una pena no haberme sumado a Uds. a tiempo.
Verónica Fontaine "
Ya lo dijo otro cerdo, en este caso Hermann Goering:
"Cuando escucho la palabra cultura, saco el revólver."
Y hablando del genocida Fierro...
Me olvidaba, la frase de Domingo Sarmiento que interpone el "BARBAROS!", y que es evidente que la tomaste sarcásticamente de B1, donde un "inocente patriota y reconciliador" se queja de que por haber ido en patota expresamente a romper un charla sobre derechos humanos, los insultaron y sacaron del trasero (imaginate qué dirían ellos si un grupo de HIJOS o ABUELAS les cae a uno de sus homenjaes a genocidas!), la utilizan pero como siempre, no sólo dándola vuelta, sino tapando verdades, para ellos la frase real sería más larga:
"Las ideas no se matan, bárbaros, primero se violan y se torturasn!"
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